miércoles, 9 de marzo de 2011

no me mires así



No me mires así:
prefiero el volcán
al océano
que amenaza con desbordarse

no me mires
como si fuera
el espejo
el eco
de tu tristeza

porque sí
yo también estoy triste
muy triste
y anhelo el incendio
para no ahogarme en ti
cuando así me miras


miércoles, 2 de marzo de 2011

en azul cobalto



Son solo unos metros
fuera del refugio, la sierra perfila un azul intenso
un azul cobalto

está cerca y lejos

la mirada huye y alarga los brazos
sus dedos dibujan la cumbre y el llano

fuera del refugio me busco y me pienso
en azul cobalto

falsaria
fulera
la huida
la sierra
la paz que no hallo

viernes, 25 de febrero de 2011

cinco lunas



A mis hermanas

Tú no puedes dividir tanta ternura
los cinco corazones son un todo
el otoño primero fue en tu vida
la ansiada primavera y su tesoro

Hubo luego un verano, de una india,
de ojos negros y rostro de aceituna
y el brillo de aquel sol que recitabas
eclipsó entre la risa de la luna

Y en la cuna, de nuevo, sin saberlo,
nuevo otoño cubrió sus cuatro esquinas
y la luna sollozó la nueva luna
que en silencio requería tu sonrisa

Detrás, entre burbujas, un invierno
brindó y bailó su suerte, la alegría
de su sueño nevaron treinta versos
y en el aire su canción nombraba el día

Asomó la primavera... y otra niña
otra luna... y otro sol veló su espina
la última canción llamó a la vida
la primera estación se repetía

miércoles, 23 de febrero de 2011

urbs (victrix) osca


Es esta la ciudad
cementerio
de latidos indolentes
inercia
bajo los soportales
del tedio
y de las sombras

es esta la ciudad que muere
por ahogarse la voz
por aturdir la mirada de un sueño
entre dos luces

hambrienta de nada
ahíta de siempre
es esta la ciudad que habito
y en la noche desvisto
de ruidos y cicatrices

sábado, 22 de enero de 2011

translúcido



El día muere en la noche
entre los rayos de luna,
la noche muere en el día.

Y entre tanta muerte
el sol se pregunta la alegría
y la luna se pregunta
si es en la noche,
 la vida
En medio de este amalgama
de luces, sombras y dudas
me pregunto si soy yo,
o si eres tú
la pregunta

viernes, 7 de enero de 2011

malos humos


Entono el mea culpa: soy fumadora. Pertenezco al porcentaje de enfermos – así me han clasificado varios comentaristas en un periódico, en su edición digital- que disfruta mientras lee un libro, escribe, escucha música, conversa, dialoga y calla... fumando. Muy respetuosamente, eso sí. Porque desde la entrada en vigor de la Ley en enero de 2006, una servidora se ha cuidado muy mucho de no fumar en los espacios prohibidos; véase trabajo, hospitales, bares y restaurantes que optaron por ser espacio sin humos (existían ¡eh! enfrente de mi oficina una de las cafeterías más conocidas de mi ciudad, así lo hizo) recintos educativos, estaciones de tren, bus, etc... Pero mi respeto, que en definitiva es una obligación que tengo para con el resto de los ciudadanos, fumadores y no fumadores, pasaba y pasa por ser limpita y educada; así, cuando una servidora llena sus pulmones de humo y brisa marina mientras se broncea, llegado el momento de plegar la sombrilla y la toalla, recoge todas y cada una de las colillas que ha amontonadito en un agujerito en la arena y de la misma manera que arroja en la papelera destinada al efecto papeles, botellas vacías, etc, tira las colillas de tal forma que nadie diría que unos minutos antes, frente al mar, ha estado Bocanegra, algo que una no puede decir de Condón-usado...

También me cuido muy mucho de no arrojar las colillas al suelo cuando salgo a fumar en mi lugar de trabajo: las apago en los ceniceros ubicados en el vestíbulo planta baja. Eso sí, aunque no me gusta fumar en la calle (ahora, casi como que me va a encantar) no he podido evitar, cuando lo he hecho, arrojar las colillas al suelo –si hay al alcance una alcantarilla pues ¡a la alcantarilla!- porque en estas ciudades nuestras no hay ceniceros, no son Praga, y las papeleras, a riesgo de incendio, tampoco abundan...

Os preguntaréis, se preguntarán, el porqué de este pseudoalegato de mi cívica actitud : pues porque estoy hasta los cataplons de ser clasificada, además de como enferma, como una guarra cerda irrespetuosa y eso sí que no; porque si nos ponemos así, hay guarros cerdos irrespetuosos no fumadores que te cagas (como diría Elvira Lindo). Y si no, que se lo pregunten a los barredenderos de mi ciudad y a los jardines y calles llenos de cacas de perro y a los suelos de los bares alfombrados con papeles y colitas de gambas y a los de los ascensores con salivazos y a los senderos pisoteados por los todo terreno y a mi oreja izquierda, anestesiada por la conversación a gritos de la mesa de al lado y a la derecha, traumatizada por los berridos e insultos del otro todo terreno que casi se me lleva por delante (la mendas, tenía preferencia) y...

¡Ah! ¿que no? ¿que no todos los no fumadores son inciviles ...? ustedes perdonen ¡en qué estaría yo pensando!...

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Dos lunas

Acuarela de Aída Corina. Diciembre 2010.


Tal vez el amanecer traiga las luces
mas en esta sombra noche me proclamo
y no existe más azul que la inocencia
de lo que puedes ver y llorarán mi ojos

y mientras tu sueño se revela
escribo
el silencio
que conozco
la soledad
que acuno entre mis letras
el frio
que alivio tras la puerta
en este mundo tuyo
de lunas en diciembre

sábado, 4 de diciembre de 2010

El Regreso


Desde lo alto, a unos cien metros, se divisaba la silueta brumosa de la casona familiar. A la derecha, ascendiendo por la ladera, escalonadas, imaginaba, más que visualizar, las viñas secas abandonadas que se habían convertido en una frondosa maraña de hojas y sarmientos. Cerró los ojos, restó cincuenta años al paisaje y rescató el olor a fruta de la bodega, la imagen de la antigua prensa de almazara y el burbujeo del mosto que lo acompañaron en el trayecto hasta la cerca que, en el acceso principal, yacía, derrumbada, en el suelo. Qué curioso, pensó, a pesar del frío helador, la rodilla le había dejado de doler y ya no sentía el cierzo que le abofeteó la cara cuando frenó el coche y bajó la ventanilla para corroborar, sin el cristal empañado por el vaho, lo que se temía: acababa de pasar de largo el desvío. Con un gesto brusco, había puesto la primera marcha, girado el volante y retrocedido hasta la señal de cruce que, emboscada entre las ramas, no había visto.

Se sentía bien, ágil, extrañamente ligero, casi como el día en el que, tras su larga y casi obligada convalecencia, había decidido salir a la calle no sin antes mantener una discusión con su hija que, en un estado de histeria y lágrimas, le recriminó su egoísmo e irresponsabilidad añadiendo entre gritos si había olvidado su grave enfermedad, ¿quieres preocuparnos todavía más…?. Pero él, que estaba enloqueciendo entre esas paredes que no eran las suyas, tomó la firme decisión de echar el primer pulso. El segundo sería mucho más controvertido y ruidoso: regresar, después de la Navidad, a la vieja casa, herencia de su abuela y de la que, su hijita, su interesada hijita, lo había secuestrado hacía ya dos años.

Tanteó el bolsillo del abrigo e introdujo la mano sintiendo el tacto de la cinta de terciopelo rojo, ahora desgastada, que su abuela había anudado al anillo de la llave de la puerta lateral, para que no te confundas, le dijo, despistado. El recuerdo de su rostro, pálido, limpio, que contrastaba con el olor a humo gris de su ropa, lo transportaron hasta el punto de perder la noción del tiempo y del espacio y se descubrió, sin saber cómo, atravesando el quicio de la puerta de acceso a la cocina. La visión de una rama de acebo, aparentemente recién cortada, en el vano, atada a un trozo de cordel, lo desconcertó y mientras pensaba que, tal vez, algún indigente había estado pernoctando en el viejo caserón abandonado, un aroma a castañas asadas y la voz de una anciana en la penumbra le dieron la bienvenida, acércate hijo, siéntate sobre mis rodillas ¡me tienes que contar tantas cosas! ¡hace tanto tiempo que te espero...!. El espanto le paralizó; se pellizcó el rostro una y otra vez con la mirada fija en la diminuta mujer que ahora, iluminada por la lumbre, no dejaba de sonreír.

****
En el arcén, a escasos metros de la señal de cruce, el camionero gemía y temblaba. Frente a él, uno de los guardias le instaba a soplar en el alcoholímetro mientras juraba y perjuraba que no estaba ebrio, que el Audi, tras una brusca maniobra, había invadido la calzada.
A unos diez metros de la escena, un hombre, cubierto por una manta, tentaba con los dedos una llave de hierro con una cinta roja exhalando el último suspiro.

jueves, 18 de noviembre de 2010

pantone




Acuarela de Aída Corina





Te pinté con mis pinceles, mis colores y mis sueños
Cansada de tanto gris dibujé de azul tu cielo
De rojo tu corazón, de un rojo sangre, de fuego
De verde oliva el camino que antes fuera ceniciento
De malva, la luna llena celosa de nuestros versos
En las sábanas estrellas del sudor de nuestros cuerpos
De un rosa casi afectado pinté la tarde y su lecho
Anaranjadas las nubes, amarillos los senderos
La sonrisa de tus ojos, de ámbar y caramelo
Y el vuelo que tanto anhelas ... del color de los deseos.

(2007)

jueves, 11 de noviembre de 2010

Haiti's

Hay tanta muerte en esta muerte tanto estertor tanta caída que la muerte como crimen se bautiza con la sangre sin voz bajo las ruinas Esta muerte a galope del aullido esta sima de hambruna y de miseria este fango que más allá del labio espesa el corazón en la garganta Esta muerte de tanta muerte viva