Desde allí, el paisaje, como un océano,
con la amplitud que regala el mirar desde lo alto.
Madrugaba, nunca he madrugado tanto
porque nunca, como entonces, he sentido
del rocío su leve roce en mis brazos.
Las piernas en suspenso, en un silencio sacro
y un abismo verde y una bruma abajo.
No sé cómo decirlo, cómo recordar sin saltos
que también anochecía pero era la noche un ramo
de estrellas que recorrían el universo en un palmo,
cómo explicar esos años…
las dormidas bajo el cielo,
el ascenso y su costado,
el descanso,
el abrazo del muchacho,
el frío bajo la manta y luego el calor,
sus manos.
El deseo de la noche… un estallido, un milagro.
Cómo escribir,
cómo afino
sin extraviar el canto,
aquellos días de vuelos,
de escapadas en verano,
cuando abandoné la jaula
para abrir mi santuario.