Pintan los castaños la estación desnuda.
Se baña el ciprés en un mar de hojas,
siempre inalterable, pirámide erguida.
El estanque, en versos, roza aquella orilla,
pensamientos blancos soñando ser lilas.
Verde es el ciprés,
de espejos, la lluvia.
Yace en ti un volcán silente,
magma oculto entre los verbos
que acunaste con tus manos.
Una melena al viento distraía,
cada tarde,
los ocasos.
Y al amanecer vestías,
de nuevo,el puño en alto,
los jirones de la voz,
del sonido y su alegato,
de la verdad entre dientes,
de los sueños trasquilados.
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Entre tú y los años se abrió un abismo,
un cráter anunciado.
En la hondura duerme el grito
y el cabello entre los llantos.
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El mundo mudará para sus ojos,
para los tuyos.
Aunque hayan ultrajado sus lágrimas,
aunque ría yermo.
No sabe de las tuyas, de las nuestras,
de las que sembramos
para cuando el corazón,
curtido en el desierto y cuarteado,
se nombre entre las rosas,
prohíje cada pétalo
y sea,
sin ambages ni pretextos,
un corazón insurrecto,
un corazón incendiado.