después del estruendo
una invitación a tu voz,
una respuesta, un grito,
.......................................una pregunta
Se lo debes,
se lo debemos a quien ya no puede hablar
de tanta muerte,
desde la muerte.
Al meu amic, Antoni.
Cuando atravesó la calle Montjuïc del Bisbe en dirección a la plaza Garriga Bachs, la ausencia de transeúntes contrastaba con el griterío que se filtraba a través de las ventanas tamizadas por una cortina de vaho mezclado con alcohol. Con un gesto, no exento de desagrado, se apoyó en uno de los soportales para desprenderse de una tira de serpentina rosa que se había adherido a la suela de su zapato. Nunca había entendido esa urgencia de alegría impuesta la última noche del año hasta el punto de creer y asegurar, con la firmeza de quien niega sistemáticamente lo que duele, por perdido, que en su adolescencia jamás fue partícipe de semejante bufonada. Al llegar a la plaza sonrió y quitándose los guantes recorrió con sus dedos las esculturas de bronce esculpidas en homenaje a los barceloneses que se rebelaron contra las tropas napoleónicas. El ángel de piedra, su confidente cada Nochevieja desde hacía varios años, también sonrió: no ha venido, le dijo mientras sacudía una de sus alas cubiertas de nieve, vendrá, le respondió.
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Estaba muy elegante con su abrigo negro de lana, la camisa blanca que iluminaba su rostro cetrino y la pajarita que había adquirido en la calle Petritxoll cuando ella se lo sugirió. Hacía frío y aquella tarde, mientras miraba por la ventana la plazoleta que se vestía de blanco para recibir el nuevo año, recordó que había extraviado sus guantes de lana gris en el Café de la Ópera : Señor, no... he estado aquí toda la mañana y en su mesa no he encontrado ningún par de guantes; se le habrán caído en el trayecto hacia su casa”. Ahora, casi satisfecho por la pérdida, miraba sus manos, unidas en un abrazo a la bolsa con la botella de cava y las copas, enfundadas en “piel auténtica, señor…” y asentía con la cabeza el recuerdo del hombrecillo que se los había envuelto en papel verde con el anagrama en dorado de la tienda: “Casa Serra. Fundada en 1907”. Cuando llegó a la plaza Garriga Bachs sonó la única y sola campanada de la catedral; faltaba un cuarto de hora para el encuentro, media hora para la medianoche. Ni se percató de la presencia del hombre que musitaba solo a la derecha de la figura del ángel ni de que había cesado de nevar.
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Cuando el aire frío de la recién estrenada madrugada acogió el tañido de la duodécima campanada se sintió el hombre más solo del mundo. A oleadas, transportados por el aliento del mar, sobrevolaban las risas y los pitidos de los matasuegras que se hacían más evidentes en la quietud y el silencio de la plaza. ¡ No ha venido! -exclamó-, ¡no ha venido…! y se arrebujó en la bancada mientras el ángel le cobijaba bajo sus alas.
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Con cada figura que atravesaba el puente gótico se le aceleraba el corazón. Le dolía el estómago pero el deseo narcotizaba sus punzadas aunque, de vez en cuando, se recriminaba por no haber aceptado la pastilla de Almax que su madre, con la misma insistencia de siempre, le había ofrecido. Escuchó los cuartos. Hacía ya quince minutos que ella debería haber llegado. Le molestaba la mirada insistente de aquel hombre que le observaba y farfullaba palabras que él, desde la distancia, no entendía. Cada una de las campanadas de la torre de la catedral le taladraron los oídos mientras el pánico, bañado en nauseas, le secuestró del escenario. Cuando regresó, la botella de cava y las copas yacían esparcidas por el suelo en un estanque de espuma. Una voz, enredada con el estallido de los fuegos artificiales que asomaban por detrás del monumento, le preguntaba ¿está usted bien, señor…? ¿señor…?.
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Desde hacía cinco años atravesaba la calle Montjuïc del Bisbe en dirección a la plaza Garriga Basch. La sola idea de presenciar la misma escena al filo de la medianoche le animaba e invitaba a elucubrar sobre la historia que se escribía y repetía, año tras año, en el estallido de una botella de cava y un par de copas a los pies de la catedral.
No ha venido, le dijo mientras sacudía una de sus alas cubiertas de nieve; vendrá, le respondió…
Plaza Garriga Bachs. Barcelona
Antoni. 07-12-09
Yace en ti un volcán silente,
magma oculto entre los verbos
que acunaste con tus manos.
Una melena al viento distraía,
cada tarde,
los ocasos.
Y al amanecer vestías,
de nuevo,el puño en alto,
los jirones de la voz,
del sonido y su alegato,
de la verdad entre dientes,
de los sueños trasquilados.
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Entre tú y los años se abrió un abismo,
un cráter anunciado.
En la hondura duerme el grito
y el cabello entre los llantos.
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El mundo mudará para sus ojos,
para los tuyos.
Aunque hayan ultrajado sus lágrimas,
aunque ría yermo.
No sabe de las tuyas, de las nuestras,
de las que sembramos
para cuando el corazón,
curtido en el desierto y cuarteado,
se nombre entre las rosas,
prohíje cada pétalo
y sea,
sin ambages ni pretextos,
un corazón insurrecto,
un corazón incendiado.
Lloverán los besos que no dimos
del rostro de un mañana inacabado,
de un tal vez que nunca fue destino,
de un quizás en un cajón guardado.
Llorarán caricias en la noche
perdidas en el mar sin tus abrazos,
buscarán tus huellas en los huecos
repletos de tu ausencia en mi costado.
Se abrirá la herida que ahora hablo
sedienta de tu sed y de tus manos.
(Tránsito de ausencias).
Si pudiera amor volar tus cometas.
Si pudiera hoy callar las esperas,
más allá del cielo que ahora te sueña
mañana sería, en silencio, estrella.
¡Ay amor, si pudiera…!
Si pudiera ahora, si contigo fuera,
sin ti no estaría abriendo la puerta
de este río inmenso que moja
mi pena.
¡Ay amor, no debo!
¡Ay mi amor no quiero
turbar ese vuelo
ni el verde infinito que ahora te espera!
La puerta se cierra y el río se seca
Volar, díces, amor
Volar, dices, amor, ¡volar no puedo!
que mis alas quebraron rotas en un sueño.
Sin alas caigo y vacío muero,
dame tierra, desnudo, en el frío suelo
o quema mis entrañas en vasto fuego,
pero no me dejes amar con miedo.
Vivir, dices, amor, ¡vivir no puedo!
si se cierran las puertas del último cielo
y la ausencia apaga la luz de mis versos.
Vivir sin ti, amor, mudo y ciego,
regando con lágrimas los cauces secos
que en primavera brotan como arroyuelos.
Penar, dices, amor, ¡por ti, sí puedo!
Por tu lejana ausencia de mis adentros.
Por las horas yertas, por los anhelos.
Por los ríos de tinta que te escribieron.
Porque añoro las mieles de nuestros besos.
Penar, dices, amor, ¡por ti, sí debo!
A Malena
Un soplo lloraba,
un soplo de aire,
una gota fresca del mar que acaricias.
Tu voz en el grito abre al sol
las grutas.
Tu silencio siento como una sonrisa.
Hay en esta guerra una tregua,
amiga,
un bálsamo dulce que alivia la herida.
Hay en estas sombras una luz
que alumbra:
tu mano, que abierta en la noche oscura,
abanica el aire y el mar
que me arrulla.
Poco, apenas nada cambiará alrededor
de nuestra ausencia:
Seguirá amaneciendo
en los ojos de quienes amamos,
se rozarán soledades,
rabia, miedo,
como se rozaron las nuestras
cuando nos precedieron.
Se afligirá aquel aroma,
este recuerdo,
el eco en las paredes,
durante un tiempo...
Durante un tiempo
nos sentaremos
en la memoria de la ropa doblada,
(aún mojada),
en la del libro
(olvidada la rosa)
en las arrugas del lecho,
en el hueco...
Durante un tiempo.
Nada o muy poco mudará tras
nuestro abandono.
Seguirá anocheciendo
para los mismos ojos, para otros,
se alternarán primaveras
después de cada invierno.
Nada, apenas la soledad, la rabia,
el miedo,
que dejarán de ser suyos poco a poco,
que olvidarán que fueron nuestros
durante un tiempo.
Tal vez, mi admirado poeta, permanezca
el verso.
Elsa.
Un instante mudo, ese instante eterno.
Mirabas la tarde, el ocaso, lejos.
Y te refugiabas solo,
a sólo unos metros,
la mirada huída en el mar del techo.
Tus ojos, inquietos, alzaban ciudades
donde ser eternos.
Eterna la risa,
eternos los cielos,
eternas las horas de luces y vuelos.
Y yo, sabedora del fugaz momento,
aunque fuera un sueño,
dejaba mi isla de papel impreso
para acurrucarme, celosa del vuelo,
entre los silencios que hablaban de ensueños.
Y tú, sonriendo, me abrazabas fuerte
fluyendo el deseo de rozar conmigo,
en ese momento,
los vuelos, la risa, las luces y cielos.
Un instante mudo.
Ese instante eterno.