Pintan los castaños la estación desnuda.
Se baña el ciprés en un mar de hojas,
siempre inalterable, pirámide erguida.
El estanque, en versos, roza aquella orilla,
pensamientos blancos soñando ser lilas.
Verde es el ciprés,
de espejos, la lluvia.
Yace en ti un volcán silente,
magma oculto entre los verbos
que acunaste con tus manos.
Una melena al viento distraía,
cada tarde,
los ocasos.
Y al amanecer vestías,
de nuevo,el puño en alto,
los jirones de la voz,
del sonido y su alegato,
de la verdad entre dientes,
de los sueños trasquilados.
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Entre tú y los años se abrió un abismo,
un cráter anunciado.
En la hondura duerme el grito
y el cabello entre los llantos.
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El mundo mudará para sus ojos,
para los tuyos.
Aunque hayan ultrajado sus lágrimas,
aunque ría yermo.
No sabe de las tuyas, de las nuestras,
de las que sembramos
para cuando el corazón,
curtido en el desierto y cuarteado,
se nombre entre las rosas,
prohíje cada pétalo
y sea,
sin ambages ni pretextos,
un corazón insurrecto,
un corazón incendiado.
Lloverán los besos que no dimos
del rostro de un mañana inacabado,
de un tal vez que nunca fue destino,
de un quizás en un cajón guardado.
Llorarán caricias en la noche
perdidas en el mar sin tus abrazos,
buscarán tus huellas en los huecos
repletos de tu ausencia en mi costado.
Se abrirá la herida que ahora hablo
sedienta de tu sed y de tus manos.
(Tránsito de ausencias).
Si pudiera amor volar tus cometas.
Si pudiera hoy callar las esperas,
más allá del cielo que ahora te sueña
mañana sería, en silencio, estrella.
¡Ay amor, si pudiera…!
Si pudiera ahora, si contigo fuera,
sin ti no estaría abriendo la puerta
de este río inmenso que moja
mi pena.
¡Ay amor, no debo!
¡Ay mi amor no quiero
turbar ese vuelo
ni el verde infinito que ahora te espera!
La puerta se cierra y el río se seca
Volar, díces, amor
Volar, dices, amor, ¡volar no puedo!
que mis alas quebraron rotas en un sueño.
Sin alas caigo y vacío muero,
dame tierra, desnudo, en el frío suelo
o quema mis entrañas en vasto fuego,
pero no me dejes amar con miedo.
Vivir, dices, amor, ¡vivir no puedo!
si se cierran las puertas del último cielo
y la ausencia apaga la luz de mis versos.
Vivir sin ti, amor, mudo y ciego,
regando con lágrimas los cauces secos
que en primavera brotan como arroyuelos.
Penar, dices, amor, ¡por ti, sí puedo!
Por tu lejana ausencia de mis adentros.
Por las horas yertas, por los anhelos.
Por los ríos de tinta que te escribieron.
Porque añoro las mieles de nuestros besos.
Penar, dices, amor, ¡por ti, sí debo!
A Malena
Un soplo lloraba,
un soplo de aire,
una gota fresca del mar que acaricias.
Tu voz en el grito abre al sol
las grutas.
Tu silencio siento como una sonrisa.
Hay en esta guerra una tregua,
amiga,
un bálsamo dulce que alivia la herida.
Hay en estas sombras una luz
que alumbra:
tu mano, que abierta en la noche oscura,
abanica el aire y el mar
que me arrulla.
Poco, apenas nada cambiará alrededor
de nuestra ausencia:
Seguirá amaneciendo
en los ojos de quienes amamos,
se rozarán soledades,
rabia, miedo,
como se rozaron las nuestras
cuando nos precedieron.
Se afligirá aquel aroma,
este recuerdo,
el eco en las paredes,
durante un tiempo...
Durante un tiempo
nos sentaremos
en la memoria de la ropa doblada,
(aún mojada),
en la del libro
(olvidada la rosa)
en las arrugas del lecho,
en el hueco...
Durante un tiempo.
Nada o muy poco mudará tras
nuestro abandono.
Seguirá anocheciendo
para los mismos ojos, para otros,
se alternarán primaveras
después de cada invierno.
Nada, apenas la soledad, la rabia,
el miedo,
que dejarán de ser suyos poco a poco,
que olvidarán que fueron nuestros
durante un tiempo.
Tal vez, mi admirado poeta, permanezca
el verso.
Elsa.
Un instante mudo, ese instante eterno.
Mirabas la tarde, el ocaso, lejos.
Y te refugiabas solo,
a sólo unos metros,
la mirada huída en el mar del techo.
Tus ojos, inquietos, alzaban ciudades
donde ser eternos.
Eterna la risa,
eternos los cielos,
eternas las horas de luces y vuelos.
Y yo, sabedora del fugaz momento,
aunque fuera un sueño,
dejaba mi isla de papel impreso
para acurrucarme, celosa del vuelo,
entre los silencios que hablaban de ensueños.
Y tú, sonriendo, me abrazabas fuerte
fluyendo el deseo de rozar conmigo,
en ese momento,
los vuelos, la risa, las luces y cielos.
Un instante mudo.
Ese instante eterno.
Aunque notes delgada mi presencia,
pálida,
aunque me percibas frágil,
soy fuerte.
“Un junco en la selva de la vida”
¿lo recuerdas....?
Casi rendida,
casi vencida,
a un soplo del suelo y de las piedras.
Pero soy fuerte,
más fuerte todavía.
Aunque afirmes de vidrio mi existencia.
Hay mujeres guapas en la calle,
le dices,
mientras madura el otoño
que ha ocupado su acera.
Hay mujeres guapas
y es primavera.
Ayer le dijiste que era hermosa
por dentro
desde el beso hasta el centro,
desde allí hasta tu boca.
Hay mujeres bellas
que aguardan un verano
cada primavera.